Opinión

Defensa de la dominicanidad y la soberanía

La República Dominicana, tierra de historia gloriosa y de héroes inmortales como Duarte, Sánchez y Mella, ha sido en los últimos años blanco de una creciente presión internacional. Instituciones, ONGs, organismos multinacionales y defensores de agendas foráneas intentan imponer la idea de que los problemas estructurales del vecino país de Haití deben resolverse a costa del sacrificio dominicano.

Esta visión errada y peligrosa amenaza con socavar el sagrado derecho de nuestra nación a proteger sus fronteras, sus leyes y su soberanía.

Desde múltiples frentes, cada vez que se toman medidas legítimas para regular la migración y hacer valer nuestras normas, surgen voces —nacionales y extranjeras— que buscan desacreditarnos, tildándonos de insensibles, xenófobos o racistas. Pero nada está más alejado de la verdad. La defensa de la soberanía no es un acto de odio, sino un acto de amor: amor por nuestra tierra, por nuestra historia, por nuestros hijos y por el futuro que queremos construir para ellos.

La República Dominicana es un país soberano, y como tal, tiene el derecho —y el deber— de decidir sin presiones externas cuáles son las políticas públicas que mejor se ajustan a su realidad. La autodeterminación no es un privilegio, es un principio fundamental del derecho internacional, y nuestro pueblo no está dispuesto a renunciar a él.

Quienes intentan deslegitimar nuestra lucha deben saber que ningún país ha hecho tanto por Haití como lo ha hecho la República Dominicana. Más del 35% del presupuesto del Estado, financiado con los impuestos del pueblo dominicano, se destina cada año a brindar atención médica, partos y servicios esenciales a ciudadanos haitianos. El 40% de los nacimientos en nuestros hospitales públicos son de madres haitianas. En nuestras escuelas, el 35% de los estudiantes son de origen haitiano. ¿Qué otra nación ha dado tanto sin recibir apoyo internacional justo y proporcional?

Este país, que siempre ha extendido su mano en momentos de desastre y necesidad, hoy exige respeto. Respetar nuestras leyes migratorias no es un acto de crueldad, es un acto de supervivencia como nación. No podemos aceptar el chantaje emocional de quienes nos acusan sin conocer nuestra realidad, ni de aquellos que nunca han cargado sobre sus hombros el peso de una migración masiva, descontrolada y desigual.

Lo que ocurre en zonas como Friusa, en Bávaro, o Mata Mosquito, es apenas una señal de alerta. Si no actuamos con firmeza hoy, mañana podría ser demasiado tarde. Por eso apoyamos con decisión la marcha de Friusa y toda manifestación legítima en defensa del suelo patrio. Porque quien no defiende su tierra, no merece habitarla.

A los países que nos critican desde la comodidad de sus fronteras cerradas, les decimos: si realmente quieren ayudar a Haití, háganlo desde el compromiso y no desde la hipocresía. Acojan en sus territorios a aquellos que hoy cargamos solos. Demuestren con hechos, no con discursos, su supuesta sensibilidad humanitaria.

República Dominicana es y será siempre para los dominicanos. No se trata de odio, se trata de justicia. No se trata de racismo, se trata de soberanía. No se trata de rechazo, se trata de amor profundo por esta patria construida con sangre, sudor y dignidad. Desde este rincón de la historia, levantamos la voz por los que ya no están, por los que hoy luchan y por los que aún no han nacido. Que el mundo lo sepa: el problema de Haití está en Haití, no en República Dominicana. Y defender nuestra nación no es negociable.

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